Wednesday, March 08, 2006

JOSE DONOSO, una entrevista.

EL OBSCENO PÁJARO DE LA NOCHE.(Publicado en Revista Semestral “La Troje”,
del Departamento de Literatura del Instituto Mexiquense
y Casa de la Cultura del Gobierno del Estado de México, Toluca, 1990)
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Ilustraciones de esta entrevista a José Donoso:
Genaro Silva, artista mexicano.

El escritor José Donoso fue criado en la abundancia de cosas, que lo acercaron prematuramente al mundo adulto, por padres más bien descreídos que lo influenciaron naturalmente al descontento. Porque los soberbios personajes que el escritor chileno ha legado a la literatura, son grandes decadentes, insatisfechos y, ciertamente, como un bofetón a la sociedad de nuestra época. En Coronación, una aristócrata adinerada, Misia Elisa Grey de Ábalos, va sumergiéndose en la locura, pasando por épocas de violencia verbal, perfectamente soeces, que envenenan la vida de sus pocos familiares. Pasa la vida agazapada en su cuarto, en una de esas mansiones suntuosas y decrépitas que pueblan la obra de Donoso, donde dos viejas sirvientas, insensibles a la influencia malévola de Misia Elisa, su maestra, se empeñan en mantener un aquelarre altamente irrisorio, preparando puntualmente recepciones a las que no llega nadie. Son ellas quienes, en el final del libro, coronarán a la anciana malévola para su fiesta, organizando una ceremonia de noche de brujas que acabará por matar a la mala mayor, al final de un ritual macabro y descabellado tal cual ha de ser un aquelarre.
   "El obsceno pájaro de la noche", la novela más traducida de José Donoso, es, según el epígrafe de Henry James que encabeza la obra, el ave que canta en ese trágico bosque de tinieblas que todos llevamos dentro, como la herencia salvaje donde hunde sus secretas raíces la vida civilizada. En efecto, la escena no transcurre en la luz diurna, natural del orden sereno objetivo. Por fuera, el escenario es una antigua casa de ejercicios espirituales, un laberinto que se fue desmoronando solo, y que sirve de asilo donde las aristócratas damas de Santiago envían a sus viejas criadas, ya exprimidas hasta lo último e inútiles, a terminar sus días: un sitio sin salida posible, mórbido, oscurísimo, plagado de fantasmas en locura ascendente, encarnados en vetustas cuidadoras de cosas inservibles debajo de la cama, preservadoras de tradiciones y cuentos mágicos, brujas, comadronas, maníaco depresivas, bordadoras, tejedoras, oficios de viejas que hoy son puro deshecho de quienes sirvieron una vida, con todas las dolencias, el miedo, el dolor, el silencio de lo inconfesable, "soledades y vergüenzas que otros no soportan".
   Así, a partir del lazo de antiguos servicios domésticos, la acción retrocede a los amos de estas esclavas del siglo XX: nos lleva a historias de miserias íntimas protagonizadas por familias de la aristocracia de Santiago, sobre todo la familia Azcoitía, de la estirpe fundadora de la casa-asilo. El decrépito cuidador del edificio, el Mudito, antiguo secretario de los Azcoitía, ex escritor y hoy criado inservible inmerso en el mundo de las viejas, es una conciencia esquizofrénica desde la que se proyecta y narra la novela, armada de frecuentes delirios y monólogos alucinados, que flotan entre elementos perfectamente naturales. Todo un indiferente caos en que uno ya ni importa. En ese reino de desencanto es donde grazna el obsceno pájaro de la noche, que penetra no sólo en los sucesos protagonizados por las asiladas sino, también en la historia íntima de los Azcoitía, en sus amores y reproducciones. El eje de toda su estructura dramática descansa en la esperanza del nacimiento de un niño milagroso, que dará a luz secretamente una huérfana del asilo, y que salvará a sus habitantes de la destrucción. La expectación compromete a todos por diversas razones desembocando en el Mudito, urdidor del parto y finalmente identificado con la criatura, en las páginas últimas de este mundo de delirio, inmerso en la "estética de lo feo".
   El escritor, en la vida real, es todo lo contrario. Hoy septuagenario, lo encuentro igual de buena gente que cuando lo vi por primera vez, hace veinte años. Entonces, José Donoso estaba de paso en Chile, rompiendo unos días su exilio de años. Y lo fui a ver con pocas esperanzas de que accediera a una entrevista en vivo para Radio Santiago, en un día domingo en la tarde, cuando no todo el mundo desea salir...sin embargo, aceptó de inmediato, y el día fijado pasé a buscarlo a su casa, terminamos el programa y luego fuimos a instalarnos en un bar al aire libre en Providencia, donde pasamos toda esa tarde. Lo primero que llama la atención en él es su afabilidad, no es irónico y a las cosas las llama por su nombre. "No hay dobleces en Donoso" comenté al final de aquel programa. Y pienso igual ahora, luego de verlo para esta nota.
   En su trato común sigue intacto su buen humor, cierta mirada cómica del mundo. Es cierto que sus movimientos son más lentos, pero su mente, los avances de su pensamiento a medida que habla, son difíciles de alcanzar. Al contrario de Borges (que hablaba de mil cosas, una tras otra, entrando de idea en idea) Donoso habla de pocas cosas pero muy desmenuzadas. Se ve resignado. Vive en una sólida casona de tres pisos en un barrio elegante de Santiago, sin estrechez. En su estudio veo una foto de sus padres bellamente enmarcada, sin embargo, su primer libro lo dedicó a la empleada que lo crió: Teresa Vergara, una mujer de gran inteligencia y delicada que no sabía leer ni escribir, pero que había acompañado a la familia varias veces a Europa y le encantaba ir a La Scala de Milán. Dice Donoso:
   -Retengo momentos de gran afectividad con respecto de mi familia y mi nana Teresa, junto a la chimenea. Después busqué siempre casas con chimenea. Mi madre no hacía nada; estaba dedicada a sus parientes, a sus pobres, a sus empleadas... en mi casa había generalmente más empleadas que personas de la familia, lo que era natural en la época. Tenía una habitación para mí y me daba lo mismo dormirme solo. Viví en un ambiente seguro y protegido. Relaciono mucho el despertar de mi infancia con el placer de existir. Sé que no toda la gente ha tenido la suerte mía de vivir esa niñez. Yo lamento no haber podido dar a mi hija una niñez así. Es lo que más siento. Pero a mi familia sólo he podido darle lo que he ganado con mis libros; entonces, por cierto que mi hija no creció en la abundancia, pero tampoco nos ha faltado mucho. Ahora que soy abuelo tengo la dicha de verla con su propia familia, y junto con María Pilar, mi mujer, sentimos que hemos salvado la vida.
   -Usted siempre dice que su mujer es, justamente, un pilar en su vida...
   -No podría cansarme de decirlo, porque en mi vida nunca me ha cansado la verdad, de ninguna manera podría cansarme. Ella me dio a conocer el amor cuando yo lo creía todo perdido: estaba próximo a cumplir cuarenta años y creía que no había futuro posible o amor para mí, pero no, la conocí... en el aspecto amoroso, antes de conocerla, sólo hice el ridículo. La primera vez que me enamoré fue de una prima, la Marita Donoso; yo tenía ocho años, y aconsejado por mis primos mayores le declaré mi amor en un paseo al campo. Ella se rió de mí, y todos los primos, que estaban escuchando ocultos entre los matorrales... desde entonces me sentí ridículo cuando me enamoraba y sufría solo, hasta que llegó a mi vida María Pilar.
   Entonces, le pregunto si es feliz, y responde: -Feliz no, es muy fuerte. Estoy contento.
  José Donoso, a su manera, dio una especie de ajuste de cuentas al exilio latinoamericano, cuando, en los ochentas -mientras muchos escritores abandonaban sus países- él vino de vuelta a Chile, luego de veinte años en el extranjero. Está claro que quien practica este oficio de reportear tiene vedado dar su propia opinión, porque en fin se trata de mostrar al entrevistado, y uno solo debe servir de instrumento para ello. Sin embargo, cuando me pidieron hacer esta entrevista a Donoso, el editor mexicano dice que debo rescatar una pincelada del Santiago político actual, lo que necesariamente significa también mi propia opinión al respecto. Me anima a dialogar la experiencia propia adquirida en veinte años de trabajar en el extranjero y vivir en Santiago, entrando y saliendo. Le cuento a Donoso la solicitud editorial, dialogamos varias horas al respecto y concluimos en varios puntos:
   -Los chilenos exiliados en otros países mantienen en su memoria el Chile del pasado: un país empobrecido cruzado por un río de sangre. La sangre se fue disolviendo lentamente en el agua, las nuevas generaciones no la conocieron, por lo tanto para ellos no existe. En Santiago ven un río de aguas poco claras pero en el que se han venido a vivir gaviotas desde el mar, por lo que no es mala agua.
   -Es cierto que Santiago, lo primero que ofrece a la vista es un aeropuerto diminuto, pero si se piensa un instante se llega a la conclusión que está construido en el medio mismo de la nada cordillerana, entre pura roca y niebla elevada en el aire, lo que convierte cualquier construcción en una obra soberbia de ingeniería.
   -Es verdad que el visitante se encontrará con varias lacras sociales, como enterarse que los políticos (esas personas que en la televisión se dicen de todo y luego fuera de cámara se despiden de besito) esos se designan sueldos superiores a los diez mil dólares al mes, lo que es una canallada en un país en el que la pobreza está aún lejos de abolirse. Y pensar que, no hace tanto, Gabriela Mistral se ufanaba en el extranjero que los cargos políticos en Chile eran ad-honorem.
   -Se ven menos, pero mucho menos mendigos que en las calles de otros países latinoamericanos. La enseñanza básica y superior es gratuita en las escuelas del Estado, que no son pocas y están esparcidas en todo el territorio. Asimismo, la atención médica que ofrece el Servicio Nacional de Salud, la evaluación y el tratamiento requerido, son sin costo y en condiciones bastante mejores que las que hemos visto fuera. El nivel de vida no es ni remotamente cercano al que existía hace veinte años. Para los nacionales carentes de recursos (mujeres mayores de sesenta y hombres mayores de sesenta y cinco) existe una pensión de vejez. También tienen acceso a una pensión vitalicia los incapacitados. Es poco, pero aquí nadie está realmente desprotegido.
   -Chile floreció en las dos últimas décadas del siglo XX al costo de un oscurantismo galopante. Piénsese que cuando se instaló a la fuerza en la presidencia el general Pinochet, en 1973, a Chile se le apartó sistemáticamente del panorama mundial durante diecisiete años. Casi nadie vino. Casi nadie salió, y los que lo hicieron son los hoy asilados en tierra ajena. Para los que vivieron la masacre de 1973, el general Pinochet es un personaje tenebroso al que, quizás, algún día le ha de llegar la justicia divina. Para los más jóvenes es un anciano aún fuerte que los hace reír a carcajadas con sus declaraciones, y fuente de inspiración para los humoristas locales. Entre el pueblo no hay medias tintas respecto a él: se lo ama o se le odia. Sin embargo, el pueblo está de acuerdo en que lo salvó del robo de los políticos durante 17 años. Quizás por esto el país en el aspecto económico se hizo fuerte. 
   -Así es como la situación política en Chile no es diferente a la de los otros países. La diferencia que existe entre la izquierda y la derecha es la misma diferencia que existe entre la mierda de perro y la mierda de gato. Aquí también la política es un juego sucio de compadritos.
   -Así las cosas, existen los retornados, una casta nueva de la cuál nadie sabe cómo responderán al cambio (culturalmente serán sin lugar a dudas un aporte fenomenal), pero emparentados como un eco lejano con los exiliados, que aún reconstruyen obsesivamente un pasado heroico (sin dudas, HEROICO, escríbelo con mayúsculas), pero que poco tiene que ver con la realidad interior de su patria ni, lo que es más peligroso, tampoco cercana a la realidad circundante de su patria adoptiva. Esta desubicación del exiliado no es un capricho de su albedrío, porque, simplemente, deriva de su condición especial. Es resultado de la transitoriedad de su estado: la prolongación de éste mientras el mundo sigue. Por una parte sus raíces lo conservan apegado a sus orígenes, y, al mismo tiempo renuncia a sus fuentes nutricias inmediatas, insertado en otra corriente cultural. Este dilema fue el que condujo a José Bergamín a retornar dramáticamente a España, afirmando que prefería ser "un enterrado vivo y no un desterrado muerto". 
   Cuando retornó José Donoso a Chile, simplemente se negó a responder cualquier pregunta al respecto. ¿Por qué habría alguien de excusarse por retornar a su hogar? Ahora dice:
   -No ha sido fácil el retorno, ha significado un lento proceso de adaptación de una década, la mitad del tiempo que estuve en el extranjero. Es un proceso duro, pero logré superarlo. El tiempo, al final, lo supera todo. Ahora sólo viajes esporádicos me mueven de Santiago. Yo de chico me fui de la casa varias veces. A los veinte me fui a la Patagonia a trabajar de pastor, a vivir otras realidades, pero me rechazaron muy al sur... por la imagen de señorito que veían en mí. Una imagen de la cual jamás pude deshacerme. En Europa, en cambio, a nadie le importa, parece que no existieran las señas de identidad exteriores: en eso son menos primitivos que nosotros. Ahora se han muerto una a una las razones que me impulsaron a volver.  Murió mi padre. Dos meses después la nana Teresa y dos meses después también se vendió la casa en que nací... Así es que cuando ya nada me ataba, es que elegí quedarme por puro placer, porque quiero estar y nada más.
   Recibió -más tarde de lo que merecía- el Premio Nacional de Literatura, en 1990, que estipula una cantidad considerable y una pensión mensual vitalicia también considerable. Después de superar una sorpresiva enfermedad que lo atacó durante un viaje a España, hace unos meses, hoy se le ve bien:
   -Me gusta estar aquí, Chile pasa por un momento interesante. Me decepciona el catolicismo reinante, que me es muy ajeno. Además estamos ideologizando lo de la economía, que no es ideología. Estamos alejadísimos de temas tan decisivos como el ecológico, por ejemplo. Pero me gusta estar en mi país. El éxito no es suficiente si se vive en tierra ajena.
  Se le ve intacta su mirada inquisitiva de ojo verde pequeño. Con esa, su manera de hablar horriblemente burguesa de la aristocracia chilena, que se come las letras (aunque a Donoso no le escapa una sola en sus libros, demás está decirlo). Su trato es cálido, como de hombre libre. Se lo digo y comenta: -De hecho, la libertad es uno de mis temas preferidos.
   -¿Disfraza la libertad en sus novelas?
   -Nunca planifico tan deliberadamente las cosas, simplemente me dejo llevar por el desarrollo y las lineas de conducta. Pautas para escribir no sigo, llegan desde el fondo, imponiéndose y definiendo mi personalidad. Me preocupa, por ejemplo, la libertad en la etapa de la vejez del hombre, y lo he tratado en mis libros, como en "Coronación", que es la historia de una anciana extravagante atendida por otras dos viejas sirvientas.
   -Misia Elisa Grey de Ábalos, una aristócrata adinerada soez que va sumergiéndose en la locura, agazapada en su cuarto y atendida por otras dos ancianas decrépitas que preparan puntualmente recepciones a las que no llega nadie, coronando a la anciana como cierre de fiesta, en una noche de brujas que terminará por matar a la mala mayor, al final de un ritual descabellado, que hace pensar en el cine de Fellini...
   -¿Te parece? Yo las concebí como mujeres que al final de su vida, solas, ejercen su libertad. En mis novelas la gente marginal siempre es libre. Porque es lo que creo: a pesar de los avatares del mundo exterior, nunca se podrá doblegar el espíritu. Por lo demás el exterior siempre cambia, todo cambia, justamente por esa relación que hay entre lo de adentro y lo de afuera, la casa por dentro y su relación con el exterior a ella. Por eso siempre hay casas en mis novelas, las casas son las reglas, el afuera es la libertad. Por supuesto que yo prefiero el afuera, ser libre es el estado natural del hombre.
   -En su novela "Casa de campo" ¿es lo que expresa?
   -En "Casa de campo" se levanta la reja y el afuera invade el jardín... es una historia de gentes comunes y corrientes.
   Sí, al retornar José Donoso y volver la espalda al exilio fue como si levantara la reja y se integrara al invadirlo el afuera, que, en este caso, eran los límites de esta angosta faja de tierra. Es verdad que existen aquellos exiliados que han encontrado en la distancia el deseo de su corazón, porque, se sabe, algunos de los que buscan sí encuentran. Pero no siempre es así. Dice Ángel Rama: "El ejemplo de lo ocurrido con los retornos tardíos del exilio alemán o español en este siglo, me ha llevado a sostener la legitimidad de la vuelta a la patria para todo intelectual que, sin pérdida de sus convicciones, pueda encontrar un espacio habitable dentro de ella, oponiéndose al pueril terrorismo que es de buen ver entre los que todavía no pueden encontrar ese espacio. Actitud coherente con otra que reconoce el derecho del latinoamericano a elegir libremente un lugar en el mundo para realizar su obra, oponiéndose por anticipado al reproche que el Strauss de turno habrá de dirigir al Willy Brandt reintegrado a su patria: ¿Qué hacía usted en Suecia mientras nosotros luchábamos internamente en Alemania?. La libertad es siempre un riesgo..."
   Donoso lo sabe: luego que volvió se le mantuvo unos ocho años en "veremos"; la olla sólo se destapó con el Premio Nacional, en plena desesperación; tuvo suerte: a Gabriela Mistral se le concedió el Premio Nacional cinco años después de que obtuviera el Nobel; y María Luisa Bombal, que junto a la Mistral es la otra escritora chilena clásica, nunca recibió el Premio Nacional, no se le perdonó que viviera gran parte de su vida afuera y se hiciera famosa, primero en el extranjero. En Chile los casos de retornados se tratan en la Cámara Alta junto al de los extranjeros. La llegada esta última década a Chile de miles de personas provenientes de los países vecinos y de las islas polinesias, en búsqueda de mejor pasar, se unió al retorno masivo de exiliados de la época de Salvador Allende. Pero no hay escritor hasta ahora que cante dignamente lo ocurrido en la época oscura de Pinochet, sólo hay estadísticas. No hay un Volodia Teitelboim (El amanecer del capitalismo en América, Hijo de salitre, La semilla en la arena o Pisagua, Hombre y hombre...) que cantó la época anterior a la tragedia chilena de 1973. Entre los escritores que se quedaron, o nunca pudieron salir, tampoco ha surgido hasta ahora un canto que toque la fibra altísima que hizo vibrar entonces el alma chilena, porque Nicanor Parra es poeta. Donoso sabe que tampoco produjo nada al respecto, y no le importa:
   -Se esperaba de mí una gran novela realista chilena, que no tenemos, pero yo he estado lo más alejado del realismo. No alejado de la gente, un escritor no puede estarlo, sólo alejado del suceso político, porque entiendo que la política, de acuerdo a la cita de Baroja, es un juego sucio de compadres.  Yo cuando escribo, siento la presencia de las personas a mi alrededor; percibo a la gente, la siento y eso me hace menos ignorante. Por lo demás, de la vida lo que más me gusta es, justamente, la gente. Yo creo en la honradez, en la solidaridad humana, creo en la palabra. Mi búsqueda más remota siempre ha sido una cosa: el lenguaje. A medida que me fui haciendo viejo, mi búsqueda del lenguaje se hizo más consciente, lo que me permitió experimentar con él.
    -¿A qué conclusiones ha llegado?
    -Creo que la palabra está en todo. Es irremediable. Y no muy grato si pienso que a mi edad, finalmente, vengo a descubrir que ya casi no hay un lugar sin límites, porque a los setenta a un hombre su tiempo se le cierra irremediablemente. Quisiera no creer que el más allá son sólo palabras, que Dios también sea una palabra...
   -Ahora lo noto descontento...
   -Así es. Hace mucho tiempo ya que acepté el descontento como parte esencial de la vida. La decepción nos iguala a todos los humanos, porque los poderosos ´son grandes decepcionados. Y eso puede ser una clave, que cuando la entendí pensé: "si voy a vivir decepcionado en el extranjero, es mejor vivir decepcionado en Chile". Y aquí estoy. Me acompaña mi mujer, veo a mis nietos, a mis hijos y siempre estoy escribiendo, siempre tengo un proyecto.
   -¿Cuánto rescribe?
   -Rescribo diez veces el texto; una y otra vez lo leo, lo rehago, lo vuelvo a elaborar y lo voy haciendo de nuevo en la máquina. Puedo escribir un día completo, o toda la noche, desde las ocho a las nueve de la mañana siguiente, sin cansarme.
   -¿Cómo llega a concebir una novela?
   -Yo simplemente escribo novelas, no las explico, ni su causa o fin. Sólo eso. Tampoco la tomo como una especie de catarsis, o como un exorcismo. Sólo escribo: nada premeditado. No me digo: ahora voy a escribir una novela en esta tesitura o en esta forma, sino que la novela va adquiriendo su vida sola; una novela se va gestando a sí misma; se gesta desde adentro hacia afuera; impone su tono, su forma, las palabras mismas de las que se nutre, con las que se crea a sí misma. Yo creo que una novela se auto escribe, al final se inventa ella sola. Uno presta su cuerpo, sus manos, su espíritu, pero la novela al final es del lector, no de uno.
   -Se habla de una crisis de la novela, ¿lo cree usted?
   -Creo que se habla de crisis de la novela desde el año 1902. H. G. Wells habló de eso entonces, que se había llegado al final de la novela. Y muchos otros lo han venido afirmando. ¡Yo no lo creo! Sería como decir que hemos llegado al final de la escritura, y yo tengo vocación de eternidad, por eso escribo. Yo creo que la novela aún es una chica joven.
   -¿Con el tiempo y la práctica se adquiere mayor facilidad para escribir, mayor oficio?
   -Por supuesto. La escritura es un aprendizaje, uno va enseñándose métodos, aciertos, motivos. Yo he tenido que llegar a esta edad para declarar que me es posible tramar una novela, me es más fácil escribir. Digamos que sólo ahora puedo decir que se agarrar muy bien una serie de palabras e hilar como una trenza con ellas. Ya no se me van las hebras.
   -Últimamente ha llamado la atención en sus entrevistas una abierta protesta a las políticas de preservación del medio ambiente.
   -Así es. Otra de las cosas que me gustan de estar en Chile, es que aquí sí puedo protestar, porque un extranjero protestando no se ve muy bien... Aunque, ambientalmente, todo el mundo está destruyéndose a sí mismo, no es sólo un problema en Chile. Debemos entender que la Tierra es la casa de todos. Cuando se hace limpieza, ¿no se comienza con la casa? Creo que debemos urgentemente limpiar nuestra casa. Mi generación santificó los adelantos científicos y el desarrollo tecnológico: ahora creo que quizás nos equivocamos y la ciencia adelantada está dejando de lado lo primordial, que es preservar el medio ambiente. Hay que repensar todo si queremos salvar a la humanidad. No se trata de retroceder, sólo de cambiar el rumbo en una dirección más humana, centrada en el espíritu más que en el consumo. No debemos olvidar lo eterno, la Tierra misma.
   -¿Seremos capaces de lograrlo?
   -Tenemos que ser capaces.

Waldemar Verdugo Fuentes.
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